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¡Ya váyase a su casa, duerma bien y no se desvele!

El día de la operación se acercaba, estaba programada para el martes 12 de mayo. Las instrucciones eran que desde el domingo 10 de mayo me tenía que ir a Monterrey a hacerme la prueba pcr de covid, pues el resultado tardaba más de 24 horas en estar y era requisito para internarme el lunes 11 en la mañana y me empezaran a preparar y hacer los estudios y pruebas pre operatorias. Así que el sábado 9, hicimos carnita asada.

El domingo, Día de las Madres solo desayuné con todos en casa y terminando el desayuno nos fuimos a Monterrey, tremenda despedida: a causa de la pandemia, solo podía estar una persona conmigo en el hospital así que mis hijas, mi yerno y mi nieto se quedaron en casa.


Mi heroica hermana Valeria se apuntó desde el día uno a venir a cuidarme por lo que mientras nosotros íbamos a Monterrey, ella venía desde Querétaro en su coche. Ella es así, cruzará el océano si así se lo pides, por eso no me gusta contarle mis problemas o carencias. Se organizaron para que Polo me cuidara de día y Valeria de noche y el otro se iba a descansar cuando no fuera su turno. Durante el tiempo que estuve internada en el hospital, diario se veían a desayunar en la cafetería del Zambrano Hellion y ahí hacían el cambio de turno y se pasaban la bitácora de las horas previas. Contamos con el apoyo de Concha y Chuy, queridísimos amigos nuestros (desde hace casi 40 años) que nos prestaron el departamento de sus hijas, que no estaban habitándolo por causa de la pandemia y estaba ubicado a cinco minutos del hospital. Todo mundo nos quería apoyar, apapachar, visitar pero la pandemia limitaba a todos, mi querida amiga Flor, mi comadre Yanin, estuvieron muy pendientes de todo lo que se ofreciera en Monterrey.

No me di cuenta cómo había ido almacenando una cantidad de estrés y angustia para ese día en el que me fuera de mi casa al hospital y posiblemente para no volver jamás. Nos habían dicho que la operación podría durar de 4 a 6 horas pero que no nos sorprendiera que se extendiera a 9 horas. Por más que no quería pensar mucho en eso, no dejaba de pensarlo. Llegamos sin problema, dormimos ese domingo en el depa de Chuy y Concha y temprano en la mañana nos fuimos al hospital y empezamos los trámites de ingreso. No los voy a aburrir contándoles la cantidad extenuante de estudios, pruebas y piquetes me dieron y todavía no era el día de la operación, era solo pre operatorio. Cuando me avisaron que el cardiólogo no había llegado aún pero no tardaba para que me hiciera la valoración pues era indispensable para operarme, tipo electrocardiograma y prueba del esfuerzo, les conté: “oigan, por andar de metiche, en enero, en una consulta de rutina de mi esposo con su cardiólogo, me hizo TODO; todo lo que te puede hacer un cardiólogo antes de destaparte las arterias, eso ya me lo acaban de hacer”. “Bueno, si fue en enero podría ser, ¿pero quién es el doctor, cómo salió todo?” “Es el doctor Elías García Cantú y según me dijo estoy perfectamente bien”. “Pues si no trae sus estudios nos gustaría hablar con él para consultarlo, el doctor García Cantú es muy respetado por la comunidad médica y si él recuerda su caso y no le ve ningún problema, con eso tenemos”. Busqué al doctor, le pedí el favor de que hablara con mi cirujano, el doctor Guzmán, al que él conocía y así lo hizo y después el doctor Guzmán se comunicó conmigo. “Ya no hay ningún problema, hablé con el doctor García Cantú y me dijo que te operara sin ningún problema por el tema cardiológico, que te hizo todos los estudios que te podía hacer hacía tres meses y que estabas en perfectas condiciones para someterte a la operación”. “Doctor, ya ves, te dije, ¡yo era la persona más sana del mundo!”.

Una vez que me ingresaron al hospital, solo esperábamos el resultado de la prueba de covid para poder ingresar al quirófano al día siguiente. Por lo pronto desfilaron media docena de doctores más sus residentes, laboratoristas y enfermeros. Me canalizaron unas tres veces, pues la vena “no se dejaba” de una vez con un calibre grandecito por si surgía alguna emergencia. Ese día conocí al urólogo, el doctor Daniel Olvera, también joven, empático y muy claro al resolver las preguntas. Ahí fue donde me enteré que era muy posible quitar la vejiga y el uréter o la uretra, no recuerdo. No quería saber si una persona puede vivir sin vejiga o sin uretra o cómo lo resolverían de ser así. Nunca lo pregunté. Luego conocí al doctor Eduardo García, que sería mi Anestesiólogo, me explicó como sería la anestesia, por supuesto iba a ser general y que él estaría cuidándome en todo momento. “¿Tienes alguna duda, Gabriela?” “No doctor, ninguna” “Algo que quieras saber acerca de la anestesia, de la operación” “No, doctor” “¿Alguna inquietud?” Para mis adentros pensé, “esta es demasiada insistencia y algo me querrá decir” “Pues ya que insiste, ¿me puedo morir?” “mmmm, mira, la operación es muy peligrosa, esta es una de las operaciones más difíciles que hay en cirugía, también dependemos de qué estilo de vida hayas llevado durante tu vida hasta ahora: ¿fumas, comes grasas, no haces ejercicio?” No, pues…qué le digo, yo pensaba que con no drogarme, ser abstemia y no comer picante era suficiente”. Ahí mismo vi pasar mi vida como una película, jajaja y dije “pues que sea lo que tenga que ser”. Cuando se retiró el anestesiólogo me di cuenta que yo no sabía nada de la operación y que realmente no había preguntado nada, quizás porque nada quería saber; pero al rato que llegó a visitarme el doctor Guzmán, casi le reclamé: “doc, ¿es verdad que esta es una de las cirugías más delicadas de las que se practican? ¿Me puedo morir? ¿No podré auto donarme el riñón que me va a quitar? ¿Seguro que no se puede? Quítele lo que esté mal, lo limpia y me lo vuelve a trasplantar. ¿A qué horas llegará mañana para la operación? Por favor, ya váyase a su casa, duerma bien y no se desvele”.

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