La vida, la muerte y la lotería.
El doctor Guzmán no sabe todas las referencias que pedí acerca de su trabajo como cirujano y todo mundo coincidió: “estás en las mejores manos que pudieras estar”. Pues les cuento que es una persona muy joven, que inspira muchísima confianza por su claridad al expresar todos los escenarios que pudieran presentarse y todo lo que podíamos esperar. Nos dijo primero que quería confirmar el diagnóstico con un tac con contraste (ahora sí) y con una biopsia. Para eso iba a necesitar en 5, 4, 3, 2, el estudio de Covid; creo que eso fue a lo que más resistencia le tuve de todo el proceso, pero bueno, ahí todavía no sabía lo que me esperaba. Ya con la prueba negativa de Covid en mano bajé a hacerme el tac que de inmediato tuvo el doctor Guzmán el resultado en sus manos y me pudo confirmar: “Es un 95 por ciento seguro que lo que tenemos enfrente es un liposarcoma en la región retroperitoneal y al parecer es bien diferenciado, no quiero asegurarlo porque necesitamos el resultado de la biopsia pero este tumor no es de hace poco, tiene años, no puedo decir cuántos pero más de 3 o 4; una de las características de los liposarcomas es que son de muy lento crecimiento y para llegar al tamaño que ya tiene el tuyo debió pasar muchísimo tiempo, es muy grande, pero muy grande y en la operación trataríamos de quitar el tumor en su totalidad cuidando que los bordes queden libres y también tendremos que quitar el riñón derecho y parte del colon; todavía no lo puedo asegurar pues eso lo determinaré hasta operarte pero no sabemos qué tan comprometida esté la vena aorta y la vejiga. Por otro lado, este tipo de tumores tienen su lado bueno, ya que no hacen metástasis y su tratamiento es solo quirúrgico y muchas veces no necesitan ni quimio ni radio para su tratamiento pre y post quirúrgico. En resumidas cuentas, solo se necesita de una operación exitosa y seguimiento puntual. De todas maneras no quiero que cantes victoria y esperemos al resultado de la biopsia pero si confirmamos el que sea bien diferenciado, que, no te voy a mentir, es muy raro, pero si es eso, tu vida va a ser mucho mejor después de la operación de lo que ya era”. Yo pensé o le dije (ya no me acuerdo) que mi vida ya era muy buena y que dudaba que pudiera ser mejor, pero él me lo repitió de manera contundente y yo le creí como creo todo aquello que me conviene creer, lo que no me conviene, en el mejor de los casos lo dudo pero casi siempre lo desecho. Si, muchas veces rayo en la evasión, pero siempre es en pro de una actitud positiva.
Esa noche de viernes 24, recuerdo que fue la más pesada para mí en todo este tiempo pues el insomnio me atrapó y los pensamientos que aparecen en ese estado de vigilia, surgieron. Tenía la sensación de que ya no era más Gabriela Ascencio, mujer, de 54 años, sana; que esa construcción de mi misma ya no existía (los budistas dirán que no fue a partir de ahí y que eso cambia momento a momento y que nadie existe de manera independiente y que las cosas carecen de identidad propia) pero yo, como simple mortal neurótico-funcional, tenía la sensación de que eso que yo solía ser, lo que sea que fuera, no existía más y que probablemente mi cuerpo físico ya no tenía la forma de Gabriela y no me había dado cuenta. Esa madrugada, que además era lluviosa y nublada en Monterrey, lloré por primera y única vez en este proceso. No se qué hubiera sido de mi sin el apoyo y la presencia de Polo en esos momentos. Estábamos hospedados en el Camino Real de San Pedro y sospecho que éramos los únicos huéspedes del hotel o al menos nuestro coche era el único en el estacionamiento. El hospital, también lucía desierto y los filtros sanitarios eran muy muy estrictos. Todos creíamos o estábamos esperanzados a que la pandemia terminaría en un par de meses más, por ahí de junio; ya no estábamos tan convencidos porque así nos venían diciendo desde marzo que nos habíamos “guardado”, teníamos la sensación de que cada semana estábamos viviendo el clímax de la pandemia, sin saber que ni siquiera había comenzado.
El sábado por la mañana me hicieron más estudios de laboratorio y la biopsia por la tarde. Me preguntaron que si quería anestesia y dije que no, ya me andaba a la hora de la hora pero bueno, solo era el susto pues en realidad no me dolió. Había que esperar los resultados. Esa noche también dormimos en Monterrey y con mucho tiempo libre recordé que había contratado un seguro con American Express llamado “Cáncer lump”, teníamos algunos años pagando ese segurito mes con mes, como tienes los seguros: esperando nunca usarlos; y como esas llamadas suelen ser tediosas y larguísimas ahora era cuando. Me dijeron que era un seguro que me pagarían simplemente con el diagnóstico de cáncer, y me remarcaron que no serviría para el tratamiento, era solo por el diagnóstico, (qué afortunada porque no hubo tratamiento) que solo necesitaba presentar el estudio de patología que lo dijera, mi identificación y un comprobante de domicilio. Me costó pensar que fuera así de fácil pero bueno, eso ya era otra historia, pregunté que cuánto me iban a dar de indemnización y la señorita que me atendía empezó a buscar la cantidad y me dijo: “treinta y cinco mil” y ahí yo estaba ya haciendo cuentas, “treinta y cinco mil pesos, pues apenas pago lo que hemos invertido en este seguro” y en eso ella terminó la oración: ”dólares”. Bueno, ya estamos hablando de un viaje para toda la familia para festejar cuando todo hubiera acabado. Nada mal el segurito, ¿eh?
Nos regresamos a Nuevo Laredo a reunirnos con María que se había quedado en casa con solo parte de la información pues ahora se que nunca le quedó claro lo que estaba pasando.
Desde ya me estaba confirmando Sofía mi hija que ella, mi yerno Diego, mi nieto Federico y Pau, su nana, se vendrían a Nuevo Laredo a instalarse el tiempo que fuera necesario ya que ellos viven en la Ciudad de México. Mi corazón no cabía cuando los vi llegar, como siempre, comprometidos y dispuestos a dar el 100 por ciento para que todos estuviéramos mejor. Así que aunque con una pena grande pero con la casa llena y la familia reunida y más unida que nunca nos acompañamos y me hicieron muy llevadera esta etapa que siguió. Estamos de acuerdo que por más que quisieran hacerlo, sin la pandemia de por medio, eso no hubiera sido posible pues no puedes dejar tu vida por mes y medio, o tu escuela, en el caso de María, dejar todo y venir a acompañar a tu mamá.
Yo estaba muy impaciente por conocer los resultados de la biopsia y con la confianza que me había dado el doctor Guzmán de marcarle cuando fuera necesario le escribí y me dijo: “Gaby, ¿te puedo marcar?” Ya sabrán qué momentos…”Si, doc, claro”. Me marcó para decirme que estaba muy feliz pues en un resultado preliminar todo indicaba que el tumor era bien diferenciado pero que en un par de días más lo sabríamos con cien por ciento de certeza. Traté de distraerme y con todos en casa pues me fue mucho más fácil hacerlo, tuve la oportunidad de tener a Federico todo ese mes y medio desde que amanecía hasta que se dormía por la noche. En resumidas cuentas tenía lo que más quería muy cerca de mi.
Ese día era miércoles 29, cuando me escribió nuevamente el doctor Guzmán para decirme que los resultados de la biopsia finalmente arrojaron que sí, que se trataba de un liposarcoma bien diferenciado y que esa era una magnífica noticia por todas las bondades que ya me había dicho, recuerdo que le dije: “caray doctor, estoy tan feliz, siento que en vez de estar recibiendo una confirmación de un tumor de cáncer con ciertas características, me están diciendo que me gané la lotería”, así me sentía. Ese día era miércoles 29 de abril y el doctor me dijo que la operación no urgía, que podíamos esperar a que pasara la pandemia o lo podíamos hacer ya; buscó en su agenda y me dijo que podía ser el 12 de mayo. Decidimos hacerlo cuanto antes pues no sabríamos cómo iban a estar los hospitales en los meses que seguían; magnífica decisión pues en ese momento los hospitales estaban casi vacíos. Se nos estaba pasando un tema muy importante, que con tantas cosas habíamos olvidado: ¿En cuánto saldría el numerito? El doctor respondió de inmediato: “¿Honorarios? No Gaby, ni te preocupes. Tu seguro es completísimo, los diez días que planeamos que vas a estar en el hospital, el quirófano, mis honorarios y los de todo el equipo están súper cubiertos. No tienes nada de qué preocuparte”. Uffff, ni todo el pancho que me aventé cuando hacía 10 meses habíamos cambiado de seguro de gastos médicos mayores contra mi voluntad; yo no quería dejar mi seguro con el que teníamos ya una antigüedad considerable y además nunca habíamos batallado y bla, bla, blá, pues, tuve que reconocer que de no ser por ese cambio, sugerido por Diego, mi yerno e impulsado por Polo, no hubiéramos estado tan tranquilos; al menos por el tema del dinero no nos teníamos que mortificar por lo amplio y cinco estrellas que era este seguro nuevo.
Ese día de la noticia, gran noticia de saber qué tipo de cáncer era el que me aquejaba, recuerdo que todavía no bajábamos los brazos del festejo, cuando le entra una llamada a mi yerno; era su hermano. Escuche algo así: "qué onda MIrmo, nada aquí, no, no manches, es broma, ¿verdad?" Colgó y nos informó, "Mirmo tiene Covid, se hizo la prueba y salió positivo y nosotros lo vimos justo un dia antes de venirnos a Nuevo Laredo, cenamos con él para despedirnos y si, nos despedimos de abrazo y beso". Me dio por pensar que qué ilusa yo si pensaba que cómo podía ser todo de color de rosa, digámoslo de alguna manera, que siempre había obstáculos en el camino y pensé: aquí es donde viene el truco y todo se descompone. Ahora que lo pienso si me daba mucho por pensar negativo aunque yo sola me reconfortaba pensando que también eso sería una oportunidad. Decidimos que Sofía y Diego se fueran a Monterrey a hacerse le aprueba pcr pues en Nuevo Laredo no había quien te la hiciera y afortunadamente salió negativo. El festejo, ahora sí, fue completo: no Covid, y el cáncer que era menos peor para mi.
Les platico, uno de los temas en los que más me he interesado en la vida paradójicamente es el de la muerte. Reflexionaba sobre cómo me quería morir: rápido y sin sufrir o en una enfermedad que me tuviera postrada. Estas dos modalidades tenían sus bemoles, en la primera opción está muy bien para el que muere, no para los que se quedan pues no tienes oportunidad de despedirte o de decidir algunas cosas que seguro preocupan al que emprende el viaje final, no se, tus cosas, tus hijos, tus pendientes de trabajo; y la segunda, pues sí te da tiempo de arreglar tus cosas, despedirte de tu gente y organizar tu funeral pero…todos sufren. Mis conclusiones al reflexionar en este tema (inútil porque nadie sabemos cómo ocurrirá) eran que lo mejor es que te detectaran una enfermedad y que tuvieras unos quince días para organizarte y despedirte y listo. No me cayó el veinte luego luego, pero en una de esas madrugadas en donde estaba sola, yo conmigo y trataba de meditar, me vino a la mente aquella conclusión a la que había llegado con respecto a cómo me gustaría morir y que justo faltaban quince días para mi complicada operación y casi me desmayo pues, como a veces me pasa, no estaba completa la solicitud al universo, eso debía de ser, después, muchos años después, no a los 54 años. Me imaginaba al genio saliendo de la lámpara diciéndome “tus deseos serán cumplidos”. Como siempre me faltaba algún detallito que no había tomado en cuenta cuando concluyo con afirmaciones como esa y era, tener tiempo para despedirme y arreglar los pendientes, pero cuando ya no tuviera mucho que ofrecer y que empezara a ser una carga para los demás. Ahora que lo re pienso y parafraseando a Woody Allen, creo que a mi tampoco me da miedo morirme, simplemente es que no quiero estar ahí cuando eso suceda, ja, ja, ja.
En esos quince días que pasaron entre el diagnóstico y la operación me eché un clavado profundo a mi interior y de la mano de amigos mas avanzados en el camino como Emilio González, y también a meter el freno de mano y a llenar mi cabeza con pensamientos positivos y así mantener el miedo a raya: esa conclusión a la que llegué era una tontería, yo no me quería morir ya; ahora, si me muriera en la operación era algo que debía de aceptar y no resistirme, hice un análisis de mi vida y concluí: “si la muerte llega, estoy lista… pero me encantaría quedarme”. De verdad traté de organizarme sin asustar a mi familia, pero tenía unos pendientes por ejemplo con el patronato que dirijo, dejar chequeras, llaves y documentos importantes a la mano para que Rosita Limón, la tesorera, no batallara de ser necesario; el testamento ya estaba listo desde hacía unos años, nomás faltaba que no, y solo me faltaba hacer una carta para mi querida familia y amigos; sabía que Sofía o Polo la buscarían. La traigo en mis notas del teléfono celular y la contraseña es del dominio público así que no iban a batallar.
También me dediqué esos días a avisarles a mis amigos, a mi familia, y fue muy edificante. Las reacciones eran de mucho susto por lo que yo trataba de hacer bromas al respecto. Pasé a contarles algo así: “¿te acuerdas que traía un poco de calentura y estaba muy cansada? Pues resulta que tengo cáncer”. Es un poco complicado cuando siempre he creído que lo importante de una situación no es lo que te pasa sino la historia que te cuentas de eso que te pasa y además de escoger las palabras que utilizas: jamás en negativo y menos usar sustantivos catastrofistas, como tinieblas o cataclismo y otras más; pues en qué remolino mental me metí para poder decir lo que pasaba pero con bonita actitud y como diría mi amiga Bea: “con bonita letra”. Las porras, oraciones, llamadas, flores, postres que recibí en esos días y en mi operación, eran igual de revitalizadoras que todo el cariño que esos amigos, compadres y familia me expresaron y me dieron mucha fuerza para continuar aquí.
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