Hasta ahorita...todo va bien.
“Doc, te juro que tenía a todo mundo rezando porque saliera bien de la operación”; “qué bueno, Gaby, porque lo necesité”.
Los 10 días en el hospital —si todo marchaba bien—se antojaban largos, pues la cama se vuelve insoportable y el encierro también. Cada día me iban desconectando alguna de las mangueras con las que salí de la operación y hasta el día cinco todo parecía ir en caballo de hacienda, pues, ya habían retirado la sonda de la vejiga y mi único riñón funcionaba de maravilla, los estudios que miden la creatinina y otros indicadores de eso, así lo confirmaban; el intestino igualmente, los pulmones despacio pero ahí la llevaba. Recuerdo que en una visita de los dos Eduardos –el anestesiólogo y el cirujano–me dice el cirujano: “Gaby, pues todo va de maravilla, tu cuerpo está reaccionando perfectamente bien, por lo que yo no le veo problema a darte de alta, te firmo tu salida mañana y te puedes ir pasado mañana ¿o tú como ves, Eduardo?” y contesta el anestesiólogo: “De verdad, su recuperación es sorprendente; no veo por qué tenerla más tiempo en el hospital”. Los dolores que yo presentaba (que la verdad eran soportables) eran debido a lo incómoda que era a estas alturas la cama, por lo tanto no podía dormir bien, pero eso era todo, así que con mucha alegría dejamos el hospital al séptimo día y nos fuimos a Nuevo Laredo.
Cuando llegué a mi casa, me esperaban mis hijas, mi yerno y mi nieto, con globos y mucha alegría. Tengo una fotografía de ese momento y no me lo creo, parecía un zombi, pero un zombi mala onda, y eso que me sentía bien. Había perdido 6 kilos y medio, un riñón y parte del intestino pero como dijo el que se aventó del piso veintidós cuando iba en el catorce: “hasta ahorita… todo va bien”.
Los días que siguieron fueron de gran cosecha, no se si todo lo sembré yo o mis ancestros en vidas pasadas, pero las muestras de cariño fueron entrañables. Flores, comida, globos, llamadas y hasta una sorpresa de mis queridas amigas que pasaron por enfrente de mi casa, todas en sus coches y con todas las medidas de distancia.
Pasaron trece días después de la operación cuando el 25 de mayo, (hoy que escribo estas líneas se cumple un año) fuimos a consulta post operatoria con el doctor Guzmán. Me revisó, vio mi cicatriz y me dijo: “Gaby, no veo para qué te haga regresar en un mes: estás perfectamente bien, de esto ya estás curada. Este primer año, te revisaré cada tres meses para hacer otro tac y los respectivos estudios de laboratorio”. Salimos del consultorio, le picamos al elevador que nos llevaría al estacionamiento del hospital Zambrano y Polo y yo nos volteamos a ver: “Parece que fue un sueño, ni siquiera una pesadilla” dijo Polo.
Todo transcurrió muy, muy bien. Imagínense nomás, en familia, en casa, recuperándome como campeona, solo la sombra de no poder ver a los amigos y abrazarlos, debido a la pandemia.
Pronto volvimos a hacer planes. Mi hermana regresó a Querétaro, mi hija Sofía y su familia a la ciudad de México. Teníamos un par de bodas programadas para ese 2020, una ida a Acapulco con los hijos y nietos; pronto nos aclaramos y las bodas se pospusieron y nuestra ida a Acapulco, también.
El tema con la pandemia era súper incierto, lo que sí fue cierto era que en julio y agosto de ese 2020, Nuevo Laredo se puso crítico; con un montón de contagios (ahora sí) y las noticias de gente cercana a nosotros que ingresaba al hospital, los intubaban y algunos no no la contaron pues perdieron la batalla contra el covid; era el pan de cada día y yo, con todo y mi seguro de gastos médicos maravilloso, internacional y blablablá, no podía cruzar el puente internacional en coche para acceder a los hospitales cercanos, que además estaban peor de saturados que los mexicanos. Por cierto en ese momento me enteré que el deducible está pagado por un año; cualquier evento que ocurra dentro de él está cubierto ya sin necesidad de volverlo a pagar.
Sofía, Diego y Federico mi nieto, ya estaban en la ciudad de México, en donde en esos momentos no estaba tan mal el tema de la ocupación en los hospitales, por lo que a petición, ruego y lágrimas de Sofía, me fui una temporada a guardarme con ellos a la hermosa Ciudad de México.
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